MINISTERIO INFANTIL
La importancia de tener un buen líder
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Ser parte de una iglesia con una visión para las familias es lo mejor que me ha pasado en la vida. Soy la segunda hija de una familia disfuncional: cuando era muy pequeña mi padre tomó la decisión de irse de casa y dejarnos a mi madre, a mi hermana y a mí solas. Por esto mi niñez no fue muy linda, crecí con muchas carencias y con la firme idea de que la familia no era un buen plan y que los papás no eran tan necesarios –viví en esa mentira hasta mis 12 años–. Todo esto hizo mucho daño a mi autoestima, a mi manera de relacionarme con los demás y también distorsionó mi concepto de familia.
A los 13 años tomé la mejor decisión de mi vida: asistí a un encuentro en donde pude conocer a Dios como mi PADRE y donde tuve la revelación de la adopción y de la familia. Ese día nació en mí la idea de casarme y tener hijos.
Hoy quiero contarles lo que vivió esa niña de 12 años –que tenía serios conflictos–, para que un año más adelante soñara con una historia de amor. Por favor pongan toda su atención en la líder de una célula que le dio un lugar muy importante a esa pequeña niña.
Recuerdo que la primera vez que fui a la iglesia, lo hice con mi hermana mayor. Por alguna extraña razón que solo sabe Dios, ella creció mucho más rápido que yo. Solo nos llevamos dos años, pero mientras ella parecía de 18 años, yo parecía como de 10. Las miradas siempre estaban en ella. Yo parecía la hermanita pequeña que no importaba –bueno, eso pensaba yo–. Pasó una semana y llamaron a mi hermana para saber cómo le había parecido la reunión, pero a mí no. Con mis serios problemas de autoestima, pensé: “Ya sé, no me llamaron porque no soy importante”. Pasaron dos semanas hasta que el teléfono sonó y por fin no era para mi hermana, ¡me buscaban a mí! Fue una gran sorpresa, recuerdo que le pregunté a mi mamá: “¿Segura que es para mí? ¿Quién me puede estar llamando?”. Al contestar, era una persona llamada Erika, una líder de la iglesia que quería saber cómo estaba, cómo me había parecido la reunión y si tenía alguna petición de oración. Siempre atesoré esa conversación. Gracias a Erika porque entender que cuando damos un lugar valioso a quienes parecen pequeños, ellos se sentirán incluidos y nunca querrán salirse. Revisando mi propia historia, las tres cosas más importantes que aprendí de ella son:
1. Se interesó en mí: Los niños y pre juveniles están atravesando una época difícil. Algunos se están desconectando de sus padres y tienen problemas con su estima. A veces no se sienten importantes para ellos, ni para sus maestros, ni para sus familias, y necesitan ver a través de alguien –por ejemplo, el líder–, lo valiosos e importantes que son para Jesús. Interésate por ellos, llámalos, pregúntales cómo están, haz que se sientan parte la iglesia.
2. Fue paciente. Si algo agradezco a Dios, es que ella me aguantó muchas cosas: desplantes, caprichos y muchas cosas más. Ella siempre estuvo ahí durante ese año y su oración logró que yo por fin tomara la decisión de asistir al encuentro.
3. No se rindió. El enemigo ha querido marcar esta generación con el abandono (de sus padres, de los maestros cuando dicen que son casos perdidos, de sus amigos, etc.). Ellos necesitan líderes que no los abandonen, que perseveren, que los acompañen en todo el proceso y que no se cansen. Si Erika solo me hubiera llamado una vez, tal vez hoy no estaría acá. Ella fue perseverante.
¡Los niños y pre juveniles necesitan tener un encuentro con Jesús, quien los adopta y para quién son lo más importante!
“Aunque mi padre y mi madre me dejaran,
Con todo, Jehová me recogerá.”
(Salmos 27:10)
Si queremos salvar familias, debemos empezar salvando a quienes las formarán en el futuro. Esto solo pasará si los niños conocen la paternidad de Dios –sintiéndose hijos, soñarán con ser los mejores Padres–. Lo más valioso es que el Señor quiere usarte como instrumento para que esto ocurra. Nunca olvides que un buen líder que se interese por los niños sí hace la diferencia.
Por: Yury Pineda
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