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FAMILIA

El rol de los padres en la educación de sus hijos

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Salmos 127:3-5

«He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado. Cuando hablare con los enemigos en la puerta».

El mayor privilegio que Dios le puede dar a una persona es la bendición de tener hijos. El Salmo 127 nos enseña que los hijos son nuestra herencia dada por Dios, pero a la vez son saetas que no nos avergonzarán. Estas dos características nos dan una luz acerca de lo que Dios espera que como padres hagamos a la hora de educar a nuestros hijos. 

Herencia de Jehová

Dios nos hace partícipes de Su gracia al permitirnos cuidar de Su herencia: los hijos. En este sentido, es importante que entendamos que nuestra responsabilidad consiste en cuidar su corazón por encima de todo. Con frecuencia, como padres, replicamos en nuestros hijos los modelos con los cuales fuimos criados. Lamentablemente, muchos de estos modelos incluyen niveles de exigencia muy altos, la idea del desempeño académico como eje fundamental de la vida y la necesidad de ser mejores que otros niños cercanos. 

Sin embargo, los padres debemos entender que nuestro principal deber como cuidadores de la heredad de Dios es guiarlos a Él en todo momento. De poco sirve exigir que los niños alcancen un estándar demasiado alto en su rendimiento académico si en el camino perdemos sus corazones y sus vidas en el mundo. Sin importar el modelo educativo que como padres escojamos para nuestros hijos, debemos por encima de todo asegurarnos de que ellos puedan sentirse felices, con un corazón sano y con el Señor como prioridad fundamental en sus vidas.

Es perfectamente válido para un padre exigir de sus hijos esfuerzo y excelencia en el colegio, pero siempre teniendo en cuenta que las palabras tienen poder y que todos los niños son diferentes; no todos necesariamente son buenos en todo ni aprenden al mismo ritmo. Por encima de todo debemos apoyar a nuestros hijos, hablarles con palabras de motivación que no dependan de un resultado o un número y buscar la manera en que se sientan útiles y valiosos en todo momento. Esto, sin perder de vista que su vida espiritual siempre tiene que ser la prioridad para ellos y para nosotros.

Si estás leyendo esto y estás viviendo una época difícil con alguno de tus hijos en el colegio, lo mejor que puedes hacer es buscar tiempos con Dios, de manera personal y también con tu hijo, conectarlo con el Señor y recordar que es tu herencia, que debes cuidar y levantar. Ámalo y toma las decisiones necesarias para cuidar su corazón por encima de cualquier cosa, incluso de tu idea del “deber-ser” en el colegio. 

Saetas

Tampoco podemos perder de vista que nuestros hijos son saetas que no nos avergonzarán cuando las enviemos. En este sentido, también es nuestra responsabilidad dejarles crecer y desarrollarse de manera libre y entender que ellos tienen una vida que vivir por sí mismos. 

La vida de cualquier persona está compuesta de momentos fáciles y difíciles; de personas que nos hacen bien y personas que nos hacen mal; de días llenos de victorias y días en los que nos enfrentamos a la derrota. En el colegio, nuestros hijos se enfrentan a todas estas circunstancias en un ambiente protegido y donde su nivel de independencia se desarrolla de manera progresiva. 

Si bien como padres debemos estar al tanto de todo lo que suceda con nuestros hijos y ser esos ángeles guardianes que están dispuestos a entrar a protegerlos en cuanto necesiten de nosotros, también es importante permitirles aprender libremente y vivir cada proceso por sí mismos. Apóyalos, exígeles, ve a todas las reuniones del colegio, acompáñalos en sus presentaciones y todo lo que el colegio te pida, pero cuídate de vivir la vida por ellos. 

En algún momento de su caminar, no te tendrán a ti para hacer las cosas por ellos. Por lo tanto, lo mejor que puedes hacer es permitir que lo vivan de a poco en su proceso y estar siempre allí para levantar sus brazos. Es recomendable que como padres supervisemos, acompañemos y apoyemos, pero no hagamos todo por ellos. Motívalos a hablar con sus profesores, guíalos a escribir sus propios correos, permíteles hacer sus tareas y, si se equivocan, dales el espacio para corregir. Como ángel guardián debes estar allí, pero deja que ellos vivan su propia vida.

El mejor regalo que le podemos dar a nuestros hijos es guiarlos al Señor, darles nuestro amor sin condiciones ni límites y dejarlos crecer con libertad. De esta manera serán los buenos siervos de Dios que todos soñamos que sean. 

 


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